El poder absoluto corrompe absolutamente
- Rebecca Ching

- 18 sept
- 3 Min. de lectura
En la historia de la humanidad, hemos sido testigos de numerosos casos en los que el poder ha corrompido a hombres quienes durante su lucha por llegar a obtenerlo aseguraban tener buenas intenciones.
Muchos de ellos, si no es que la gran mayoría una vez en la silla han terminado demostrando comportamientos irracionales y despiadados.
La combinación de autoridad y control puede ser una tentación demasiado grande para algunos individuos, quienes caen en la trampa de la megalomanía y la ambición.
Este fenómeno ha dejado una huella indeleble en la sociedad y en la memoria colectiva, mostrando los peligros que la ambición desmedida y el control puede ser una tentación demasiado grande para algunos individuos cuya formación no fue regida por la ética.
Uno de los ejemplos más notorios de esta dinámica es el caso de líderes políticos y empresariales que se convierten en autócratas, obsesionados con mantener su control a toda costa, incluso dada la dinámica ejercida por grupos criminales que se han colado en todas las esferas de la sociedad llegan a tratar con ellos borrando por completo la línea que los divide y pasan a formar parte de dichos grupos y como ellos, operan amedrentando, incluso en algunos casos yendo más lejos en su manera de lidiar con sus opositores.
El abuso de poder, pero sobre todo el no encontrar oposición ante acciones corruptas lleva a esos individuos a perder contacto con la realidad, creen que nadie se da cuenta, entre otras cosas del enriquecimiento ilícito en modo espuma que tanto ellos como sus familiares y facilitadores presentan ante una sociedad atónita que los ve inaugurar negocios como canchas de pádel, plazas, restaurantes, juguerias, salones de eventos, lotificadoras etc. incluso en algunos casos hasta lucran con los resultados de la violencia que ellos mismos provocaron abriendo funerarias y panteones.
Uno de los ejemplos más notorios de este fenómeno lo encontramos en municipios donde algunos oportunistas se subieron al tren de Morena con la esperanza de llenarse las bolsas sin importarles ser por siempre señalados como los nuevos ricos del pueblo con todo lo que ello implica, por ejemplo que a sus espaldas los llamen los “Güichos Domínguez” ya que una característica de estos es que abusan de las marcas con el afán de demostrar lo que tienen, sin comprender que la clase no se compra y que lo corriente se exuda a través de los trapos.
Esta fragilidad del poder puede llevar a consecuencias devastadoras, tanto para ellos mismos como para quienes los rodean ya que eventualmente las consecuencias de sus actos los alcanzan, pues en la historia de la humanidad una cosa ha probado ser cierta invariablemente “lo que mal empieza, mal acaba” y en algunos casos en nuestro municipio hemos visto como a este tipo de personas o “nuevos ricos” ya pagaron sus malas acciones de manera terrible, aunque ellos quieran fingir demencia, la factura ya se cobró.
Sin embargo, es la sociedad quien se ve afectada por este tipo de líderes, ya que favorecen la simulación y no resuelven problemáticas reales, eventualmente todos los problemas del municipio se acumulan y con el tiempo se empieza a notar el daño en todas las áreas.
Es triste ver como algunos juegan a oponerse y ofrecen opciones de cambio, pero por debajo y en algunos casos por encima de la mesa estiran la mano y se convierten en cómplices del poder.
Pero no hay mal que dure cien años y la gente podrá no reaccionar al daño al medio ambiente, al robo de identidad municipal, a las balaceras y asesinatos colaterales, al nulo apoyo al deporte y cultura, al abandono de carreteras y falta de transporte, a la nula promoción económica y turística, a la corrupción rampante y un largo etcétera, pero a lo que si reacciona el contribuyente es a que les quieran meter la mano a la bolsa cobrándoles más impuestos y cargos, ahí si le duele al ciudadano, en la cartera, así que es solo cuestión de tiempo para que recapacite el pueblo y ponga un alto a los “pillos” dueños de media ciudad y en proceso de adueñarse de la otra mitad.


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