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El Síndrome de Estocolmo Político

  • Foto del escritor: Rebecca Ching
    Rebecca Ching
  • 3 dic
  • 2 Min. de lectura

Participé en un evento con jóvenes de preparatoria donde me podían hacer preguntas sobre mi trabajo como regidora, fue muy interesante y divertido, pero también enriquecedor, ya que una de las preguntas fue ¿Por qué la gente se conforma con políticos malos? Traté de elaborar en mi respuesta, pero al final cerré con un “tal vez algunos sufren de síndrome de Estocolmo político”.


Si bien el "Síndrome de Estocolmo" se define clásicamente en el contexto de rehenes que desarrollan sentimientos positivos hacia sus captores, la idea de aplicarlo a la política, donde los ciudadanos "aceptan" o incluso apoyan a políticos que han demostrado ser "malos" (corruptos, ineficaces, etc.), es una analogía que merece ser explorada creo yo.

En un sistema político corrupto, los ciudadanos pueden sentirse dependientes de los políticos para obtener servicios básicos, favores o incluso para mantener un cierto orden (aunque sea precario).


Esta dependencia puede generar una especie de "afecto" o lealtad forzada, similar a la dependencia que desarrolla un rehén.


Si la prensa está controlada, la oposición es casi inexistente (soy la excepción) y las alternativas parecen lejanas, los ciudadanos pueden aferrarse a lo conocido, incluso si es negativo o corrupto como ha sido el caso de San Luis, además de mediocre, por miedo a lo desconocido.


Los políticos corruptos a menudo operan desde lo oscuro de manera que deshumanizan a los ciudadanos, tratándolos como meros recursos o votos. Paradójicamente, esta dinámica puede llevar a una parte de los ciudadanos a justificar o minimizar las acciones del político para evitar enfrentar la dura realidad de su propia situación.


Pueden apoyar al político a pesar de su mal desempeño porque se alinean con su “ideología” o partido, o como es el caso de nuestro municipio por miedo a las represalias que desde el poder se puedan ejercer en perjuicio de los ciudadanos y sus intereses, ya sea en negocios, beneficios, servicios, etc.


Algunos pueden haber perdido la fe en el sistema y simplemente no creer que el cambio sea posible, “El mal menor".


También la aceptación no siempre implica afecto, la "aceptación" puede ser resignación, conveniencia o pragmatismo, no necesariamente un sentimiento positivo hacia el político.

Lo que sí es verdad es que nuestros jóvenes merecen líderes valientes que pavimenten el camino con buen ejemplo, favoreciendo la dignidad y la congruencia, que nos vean cuestionar al poder y no arrodillarnos ante el, liberarnos y exigir y no conformarnos con el estancamiento que a nadie favorece.


No hay que tenerle miedo a la honestidad, a la capacidad, al progreso y al cambio que acompaña una política disruptiva.

 
 
 

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